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La mayoría de las mujeres no quieren ser el maestro, el líder o el escultor de un hombre.
Quieren descansar en presencia de un hombre que ya se conoce a sí mismo.
Las mujeres son creadoras por naturaleza.
Su energía está constantemente en movimiento, reflejando los ciclos de creación, destrucción y renacimiento.
Ya sea su ciclo biológico, el trabajo emocional que llevan, o la forma en que nutren la vida en todas sus formas, siempre están dando, siempre transformándose.
Este proceso es a menudo agotador, a veces doloroso y siempre profundo.
Debido a esto, una mujer anhela a un hombre que pueda dar, un hombre que no exige ser moldeado por sus manos, sino que llega entero, con un sentido de dirección y propósito.
Ella no busca un hombre para arreglar o construir desde cero.
Ella busca a un hombre que ya se haya esculpido a través de sus propias pruebas, que se mantenga firme en su propio conocimiento.
La naturaleza de una mujer es fluida, como el océano- vasta, profunda y siempre cambiante.
Ella no necesita a un hombre que intente controlar sus mareas o resistirse a sus olas.
Necesita un hombre firme, como la tierra, ofreciéndole un lugar donde volver, un espacio donde pueda dejar sus cargas y simplemente estar.
Una mujer que se ve constantemente obligada a desempeñar el papel de maestra o guía para su hombre finalmente perderá atracción.
No porque le falte paciencia o compasión, sino porque no es su papel natural en una dinámica romántica.
Ella quiere un compañero, no un estudiante.
Ella quiere un hombre que se guíe a sí mismo primero, no uno que constantemente busque dirección de ella.
Cuando un hombre se conoce a sí mismo—su propósito, sus valores, sus heridas y sus fortalezas—se convierte en un lugar seguro para que una mujer se ablande.
Ella no tiene que explicarle lo que significa estar presente, ser responsable, estar emocionalmente disponible.
Él entiende porque ha hecho el trabajo para entenderse a sí mismo primero.
Esto no significa que un hombre deba ser perfecto.
La perfección es una ilusión.
Significa que debe estar dispuesto a hacer el trabajo de crecer, sanar y evolucionar por su cuenta.
Significa que no espera que una mujer lo complete, sino que busca una mujer que camine a su lado.
Una mujer no quiere sentir que tiene que ser madre de su hombre.
Ella ya lleva suficiente, física, emocionalmente y energéticamente.
Lo que ella realmente desea es sentirse lo suficientemente segura como para rendirse, dejar ir, confiar.
Ella quiere saber que el hombre delante de ella puede sostener sus propias emociones, tomar sus propias decisiones y mantenerse firme en su propia identidad.
Cuando un hombre proporciona esto, desbloquea un lado diferente de una mujer.
Ella se vuelve más radiante, más abierta, más profundamente conectada a su esencia femenina.
Ella no tiene que operar en modo supervivencia, manejando constantemente todo a su alrededor.
Ella puede respirar, puede recibir y puede amar plenamente.
Una mujer que se encuentra con fuerza, estabilidad y profundidad emocional ofrecerá un amor que es a la vez feroz y tierno.
Ella va a verter en un hombre de formas que se sienten sin esfuerzo porque sabe que está vertiendo en un recipiente que ya está entero.
Y cuando dos seres enteros se unen, no necesitados, sino en profunda y mutua reverencia, el amor se convierte en algo sagrado.