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Hace unos años, una de mis inspiradoras mentoras, Laura Gaidulewicz, me dijo: “Siempre
recordá, Sil, que lo que sucede conviene.”
En ese momento me sonó muy extraña esa afirmación.
¿Cómo podría verse como conveniente el dolor, las crueldades de este sistema que
co-creamos, las asimetrías de poder coexistentes y sostenidas, la injusticia social y
obligatoria?
Confieso, aunque nunca se lo dije explícitamente a Lau, que juzgué esa expresión como
“optimismo exacerbado”, una de las tantas herramientas útiles para sobrellevar dignamente
lo trágico de vivir.
De todas maneras, como todo sonido surgido de la sabiduría ancestral, quedó haciendo eco
en mis oídos psíquicos y espirituales.
Y le seguí buscando la vuelta. Me atreví a explorar ese laberinto de pocas palabras que, o
no decían nada...o quizá lo decían todo.
Dejé en la entrada la mochila con viejas creencias, porque ya estaban vencidas y sólo
harían peso muerto en mi caminar.
Cuestioné antiguas premisas que daba por ciertas y les advertí que en el trayecto serían
puestas a prueba.
Observé arcaicos patrones de pensamiento que sugerían abandonar dicha travesía aún
antes de comenzar. Y los confronté.
Y ahí fui. A desentrañar un significado latente, intuido, percibido, regalado con tanto amor y
generosidad.
En ese momento grabé a fuego en mi corazón lo trascendente de ser inspiración, como lo
estaba siendo Lau conmigo. No hubiese sido lo mismo si ella no hubiese estado ahí,
disponible y dispuesta, así nomás, sencilla y tan profunda, humildemente categórica, sin
esperar nada a cambio, promoviendo el crecer.
Arranqué mi viaje, entusiasmada y con mucho ímpetu en el primer tramo.
Surgieron muchas dudas cuando el camino parecía transformarse en una especie rara de
Aleph, desde el cual se podía observar el Universo desde diversos ángulos.
El cansancio invitó al desánimo. O viceversa, no lo sé.
Y hubo momentos de stops, de prepo o elegidos, que tentaban a quedarse ahí,
descansando en un cansancio existencial.
Sin embargo, había algo que impulsaba el paso.
“Una esperanza demencial”, hubiese definido Sábato. Algo que no me permitía claudicar.
Cual fuerza interna poderosa, impedía que la desesperanza consuma mi savia, y la
renovaba instante a instante, casi de manera mágica.
Asumo conscientemente que resistí persistentemente. No podía aceptar de buena gana que
una fuerza vital invencible dispusiera de mí de manera tan autoritaria.
“¿Cómo puede ser que quiera morir y no pueda?”, me reprochaba internamente por
momentos.
“¿Qué es esta locura absurda de sentirme heroína de una novela que no quise escribir?”
Mientras más resistía menos veía, porque la oscuridad todo lo invadía.
Entonces mis fuerzas se agotaron. Y me rendí.
Decidí aceptar que esa fuerza era más fuerte que mi defensa.
Y la dejé ganar. Solté. Enojada, en primera instancia. Aliviada, después.
Fue entonces cuando todo empezó a aclararse.
La niebla confusa despejó la perspectiva y comprendí que eran mis pensamientos
rumiantes los que la crearon, como un vapor de desconfianza y falsa seguridad despedidos
de un hervor de las aguas internas. (La mítica frase de Palmiro Caballasca “me hirve la
cabeza”, ¿de dónde creés que viene?)
Lo que parecía empañado, se transformaba en cristalino.
Y empezó a mostrarme a mí misma más allá de los juicios antiguos.
Y cuando menos lo esperaba, apareció delante mío un umbral des(conocido).
Una reminiscencia de pasos perdidos y hallados y nuevamente perdidos.
¿Estaba recordando o logrando el liberador olvido?
Ni lo sabía ni pretendía saberlo.
Simplemente decidí disfrutar de ese alivio.
De ver lo imperceptible. De escuchar lo inaudible. De creer lo creado. De elegir lo vivido.
Comprendí que es estúpido buscarle el sentido a la vida.
Porque la vida misma es el sentido.
Y entonces apareció la salida, simple, amplia y apacible.
Y sobre ella un cartel escrito sobre tablas, gastadas por el efecto del tiempo y el no tiempo
existente.
Recién ahí comprendí cabalmente el regalo maravilloso de esa mujer, mentora e
inspiradora, que tiempo atrás había recorrido ese mismo laberinto.
La oración de Laura, “Lo que sucede, conviene”, resonaba musicalmente.
Y claro, ahora sí tenía sentido.
Depende de uno atreverse a descubrirlo.
En el cartel del umbral de salida leí una frase que, desde ese momento, llevo plasmada
como tatuaje indeleble en el cuerpo mente alma que habito:
“QUE LO VIVIDO TENGA SENTIDO”.
SILVINA BALONCHARD
05/01/2021