Warning: mysqli_stmt::close(): Couldn't fetch mysqli_stmt in /home/c2060665/public_html/articulo.php on line 137
Es uno de los recuerdos más especiales que tengo, en cuanto a que le da todo un sentido a mi vida, a lo que busco, a lo que estoy encontrando y a lo que anhelo y siempre he anhelado, a mi camino, a mi lucha, a mis sueños…
Por aquellos años, vivía con mis padres y mi hermana en la provincia de Santiago del Estero, en el barrio Jerarquizados Municipales. Era un barrio tranquilo, donde tenía mi grupo de amigas y donde me divertía mucho. Era feliz. Sin embargo, ya había estado gestándose el camino que, al parecer, por alguna razón mi vida siempre ha tenido trazado y adonde he vuelto una y otra vez sin importar por qué otros rumbos haya ido. Sin importar cuánto me haya alejado y cuán satisfecha y «cómoda» haya creído por momentos estar aunque estuviera lejos, siempre volvió a empujar en mí eso que me llevó una y otra vez a buscar ese camino, a luchar tan fuertemente por mis sueños, esos que siempre vi como mucho más difíciles de conquistar que los de la gente que me rodea…
Recuerdo que, un día, dibujé con tizas en el suelo el planeta Tierra. También dibujé a Júpiter y a Marte. Comencé, luego, a trazar líneas. «De la Tierra vamos a ir a Marte, y de ahí a Júpiter», decía a mis amigas mientras trazaba flechas en el suelo entre planeta y planeta. «Necesitamos estar livianas. Tenemos que ponernos mayas. Los pájaros andan livianos para poder volar».
Fue así que, luego de la planificación, subí al segundo y último piso del edificio, donde quedaba mi departamento, a buscar hojas de papel y cinta scotch. Habré tenido 6, 7, 8 o 9 años (realmente, no lo sé). Pegué con cinta scotch las hojas de papel en mis brazos, me subí a un banquito y salté. Era el momento de probar si podía hacerlo. El plan era primero volar hasta arriba del edificio y de ahí hacerlo hasta el próximo planeta. Ante la mirada atenta de mi grupo de amiguitas, pegué el salto y moví con fuerza mis alas de papel. Pero el plan no funcionó. Caí al suelo con mis alas y mis sueños.
Aún siento recordar esa sensación de «suelo», esa sensación de la frontera, del límite, del «no», de la dureza, del fracaso. Creo que esa sensación me fue acompañando a lo largo de la vida mientras seguía intentando «volar a otros mundos».
«Migrar». Qué palabra tan corta. Sólo 6 letras. Parece tan fácil y tan difícil al mismo tiempo. Cuánto engloba una simple palabra. Y pensar que siempre había creído que, una vez que pudiese volar, sería sólo cuestión de seguir volando. Siempre pensé que no sería difícil, que no habría miedos ni sentimientos feos, que tras estar toda una vida intentándolo y estando segura de que es lo que quería, no habría más que alegría, aventura y plenitud. Siempre miré con recelo a aquellos que se iban y después se quejaban de estar lejos, del lugar donde están o de lo difícil que se les hacía. Me creía, en cierta forma, superior, más segura, más dispuesta. Pero no… Y finalmente, a inicios de este año, volé y experimenté cómo se siente el camino desde el aire. «Desde el aire» en todo sentido, incluyendo esa sensación de estar «en el aire» y no estar ni aquí ni allá que se siente cuando se migra.
Migré a otro país con mis bebés (mi gatita Penny y mi perrita Zaira) y volví a Argentina en marzo de este año (justo días antes del inicio de la cuarentena por la pandemia que pondría en pausa al mundo). Y quiero dar testimonio de lo que fue ese vuelo, que ya no estuvo hecho con alas de papel, pero que sí fue impulsado por las mismas ilusiones que tenía esa niña que con tizas dibujaba planetas y flechas en el suelo.
¿Por qué volví a Argentina…?
Al día siguiente de haber llegado al país de destino tuve mi primera entrevista de trabajo. En las dos semanas siguientes tuve 5 más. A la semana de haber llegado ya tenía todos los papeles prácticamente resueltos (esto gracias a haberme movido mucho) y ya tenía trabajo (lo que, según me dicen, es muy difícil que suceda tan pronto; fui muy afortunada). Me habían confirmado de un lugar hermoso, de un lugar donde estaba exactamente parte de lo que había ido a buscar. Quería un trabajo donde pudiera hablar mis idiomas, conocer gente de afuera y vivir ciertas cosas, y lo tuve y lo hice y fue hermoso. Tuve ese micromundo maravilloso, con un clima espectacular y lleno de gente hermosa y con compañeros tan buenos y bienintencionados.
Estuve, también, a punto de alquilar un departamento (luego de una larga y ardua búsqueda que también incluyó ver bien de cerca el mundo de las drogas y la prostitución –que es para un capítulo aparte-). Ya tenía todo hablado. Firmaría contrato la semana siguiente.
Podría haberme quedado en ese país si hubiera querido, pero por mil razones, no quise quedarme y decidí volver. No necesité ni siquiera alquilar el departamento ni estar un tiempo más (como al principio pensaba que necesitaba) para darme cuenta de lo que quería y sentía. Me di cuenta a tiempo como para no perder todo lo que tenía en Argentina (pero también me di el tiempo necesario para estar segura, y no volví “a la primera de cambio”).
He llorado mucho, hemos pasado por mucho con mis bebés, me he instado a seguir intentando un tiempo más, y finalmente he tomado la decisión que me ha dado el alivio que estaba buscando.
Como dije, las razones son varias. Una de ellas tiene que ver con que las manifestaciones en ese país, que yo creía que eran como las que suceden a diario en Argentina, son en realidad, una especie de guerra diaria muy triste, desesperante y angustiante. Encapuchados, piedras, gases lacrimógenos, oscuridad por la destrucción de las luces, semáforos rotos, tanques de guerra, corridas, gritos, insultos a todo pulmón. De lo bien que estábamos en el parque con mi bebé, empezaban los manifestantes a correr hacia donde estábamos, seguidos de todo el show de lo mencionado anteriormente. El contraste entre la música del parque y las sirenas de los tanques de los policías era de película, algo que nunca voy a olvidar.
Otro punto importante: La inseguridad. Como al andar en cualquier país extranjero, necesitaba del GPS de mi celular. Cada vez que lo miraba no faltaba ocasión en que alguien se me acercara a decirme que lo guardara, que me lo iban a robar. Este era uno de los puntos que siempre critiqué de mi país (y seguro que es uno de los puntos “flojos”), pero tras haber migrado comencé a tener una perspectiva muy diferente y a sentir cuán segura realmente estaba en mi tranquila ciudad.
Aparte de eso, allí no alcanzan 9.30 hs. diarias de trabajo (sin contar con el tiempo de transporte de ida y vuelta) para poder vivir solo alquilando un depto. Muchos viven amontonados con otra gente, con gente extraña, alquilando habitaciones viviendo de prestado en las casas de otros, como en una especie de asociación "A ninguno de nosotros le alcanza, así que 'amuchémonos'". He estado muy angustiada y llorando por la calle por estas situaciones y por estar sometiendo a mis bebés a todo esto.
Por mi profesión de licenciada en psicología, no obstante, hubiera podido, más adelante, revalidar el título y conseguir un trabajo que me pagara bastante bien y gracias al cual hubiera podido vivir sola con un poco más de holgura. También existían perspectivas de trabajos súper bien pagos gracias a mis idiomas y a mi segundo título, el de traductora, que, para ese entonces, aún estaba en camino. Aún así, ni por toda la plata del mundo me hubiera quedado. No lo valía. No se trató de una cuestión de plata ni de falta de oportunidades, porque todo eso hubiera podido estar cubierto. Y he ahí el acierto y la seguridad de mi decisión y de lo que quería. Hubiera podido ganar bien y estar en uno de los 3 o 4 barrios selectos lindos de la capital del país, tener mi burbujita de 10 cuadras a la redonda de barrio bonito. ¿Pero y?
El momento en que tomé la decisión de volver creo que, de hecho, ha sido uno de los momentos de mayor alivio, lucidez y éxito en mi vida. Y, si bien hay otras cosas que también he estado buscando lejos, pensando que tal vez por ahí se escondían, quizás, en realidad, estén más cerca de lo que uno piensa. O quizás no estén. Quizás no esté en los planes para mí. Y está bien. Con todo lo que tengo ya soy inmensamente rica.
Todo este doloroso y angustiante recorrido fue un éxito rotundo. De hecho, me cambió mucho la cabeza y he estado, desde entonces, en proceso de resignificación de mi identidad y de muchas cosas que tenía por sabidas y asumidas.
Toda la vida he tenido una idealización al estilo Disney de la idea de la vida en otros lugares. Hoy por hoy, sí, sigo queriendo conocer el mundo. Sigo queriendo conocer París, ir nuevamente a Londres y a Nueva York. Pero quiero volver. Y ahora siento que tengo un lugar adonde volver y personas a quienes volver. De hecho, en el camino de vuelta a mi hogar, me recuerdo contando los minutos que faltaban y observando con atención cómo bajaban, uno a uno, los números en el cuenta kilómetros del auto, con una emoción como si estuviera llegando a París. ¡Iba a llegar a mi hogar!
Recuerdo que, hace varios años, una amiga me dijo una vez que "no tengo sentimiento de pertenencia", como si fuera obligatorio, cual arbolito, identificarse con el lugar en donde uno nació y querer quedarse ahí por siempre, y como si estuviera mal no hacerlo. Creo que con todo esto, por primera vez en mi vida, me ha tocado vivir ese sentimiento a flor de piel y que quede instaurado para siempre. Se inauguró en mí algo que no existía. Quiero viajar, quiero conocer el mundo, pero quiero volver (y quiero ir mejorando siempre mi hogar: al poco tiempo de volver comencé con restauraciones y mejoras, y lo sigo haciendo hasta el día de hoy).
De hecho, sigo estando inscripta en el proceso de migración a Canadá que comencé hace dos años, pero ya no siento eso que sentí toda la vida y, si hoy por hoy, me sale la oportunidad de migrar, sinceramente ya no quiero hacerlo.
Quizás, como me dijo la directora de uno de mis trabajos, la misión de este viaje y este proceso de migración era, justamente, volver a casa.
Siempre fui, en cierta forma, de disminuir todo lo relativo a mi país, a mi provincia y a mi cultura, y de enaltecer lo de afuera. Pero luego de este revolucionario proceso de migración, donde estuve viviendo intensamente un maremoto de sentimientos, mayormente angustiantes y casi nada pacíficos, es como que se me fue una venda gigante que tenía en los ojos y que la tuve toda la vida. Es, en cierta forma, como si hubiera vuelto a nacer.
Lo tenía todo, y no me daba cuenta.
Ahora lo veo, ahora lo vivo, ahora lo valoro.
Los momentos y las cosas simples valen tanto, tanto, tanto. Poder tener dónde despertarme con mis bebés en paz al lado, una hermosa cama de dos plazas en un hermoso hogar con todas las comodidades, poder salir a caminar con mi bebé en paz, poder tener un plato (mi plato) de comida en una mesa (mi mesa) que cociné con mis elementos de cocina, poder tener a mi familia cerca, poder comer el pollo al horno de los domingos con ellos, poder ir y volver del trabajo en paz y sin estar esquivando bombas lacrimógenas ni encomendándome a Dios al cruzar una avenida sin luz ni semáforos, poder saber que salgo y mis bebés quedan en nuestra casita tranquilas, sin gente extraña, cómodas y a salvo, poder tener mis aires acondicionados cuando siento calor, poder llegar al final del día y acostarme en mi cama a mirar Netflix de mi tele y con la comida con el mejor sabor del mundo: la argentina (sí, increíblemente soy yo quien escribe, la que siempre desmereció lo argentino)… Tener mi lugar, mi gente y mi paz y la de mis bebés… Todo eso no tiene precio.
Eso a lo que muchas veces llamé "no tener vida" (por vivir en una ciudad muy tranquila y predecible) es, en realidad, tener paz. Caminar por la calle tranquila, sin sobresaltos, pudiendo más o menos predecir las cosas, es paz. Y la verdad, en Santiago del Estero hay mucho de eso, mucha paz.
He vuelto porque me di cuenta que lo tengo todo, porque tengo mi lugar hermoso adonde vivir en paz con mis bebés, adonde darles paz.
He vuelto porque me di cuenta que no tengo por qué condenarme a estar lejos de mi familia.
He vuelto por mil razones, y ninguna de ellas es que me haya ido mal ni haya fracasado, sino al contrario: Me fue tan bien que he vuelto y me doy cuenta que no necesito irme. He vuelto a casa. Me siento en casa. Me siento presente.
He vuelto porque lo elegí, con toda mi conciencia y mi corazón. Y estoy plenamente feliz de haberlo hecho.
Uno a veces tiene que alejarse para ver las cosas con claridad (esto, en todos los ámbitos de la vida). Y estoy feliz de haberlo hecho. Fui y soy muy afortunada por haber vivido y vivir todo lo que he vivido y vivo. Si no hubiera salido de mi burbuja, no hubiera visto el mundo y no hubiera podido encontrarme de la forma en que me he encontrado y no hubiera ganado todo lo que he ganado. Soy, siempre fui y sigo siendo muy afortunada. Y ahora sí puedo verlo con claridad.
Como dice la chacarera que pasaron en el auto cuando volvíamos de la provincia de Mendoza a Santiago del Estero: "Mi origen y mi lugar de pronto me hacen feliz".
Por: Natalia Giovanna Chilio