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Para nadie es un misterio ni un secreto hoy en día, en este siglo que va rodando con sus claroscuros desconcertantes, que el vacío existencial y sus consecuencias nos acechan detrás de millones de historias que a diario leemos en periódicos o en las redes tenemos como experiencia clínica. Suicidios en gente muy joven, depresiones graves, problemas de salud mental extendidos en amplios segmentos de la población mundial, uso indiscriminado de alcohol, drogas y fármacos y un interminable listado de formas disociativas de vivir la vida o mejor dicho, se sobrevivir a la experiencia cotidiana del vivir.
Las explicaciones son siempre múltiples. No hay una bala de plata que de cuenta de este vacío existencial de forma unívoca y exacta. Desde mi vertiente psicoterapéutica y analítica, me atrevo a esbozar un pensamiento crítico hacia algunos aspectos de nuestra experiencia humana en este siglo 21.
Que duda cabe en cuanto al progreso de enormes segmentos de la población en lo referido a la salud pública en general. Disponer de electricidad, agua potable, retiro de basuras, eliminación de aguas servidas en alcantarillados, acceso a comunicación, medios de transporte, etc., nos remiten experiencias cotidianas de progreso que no tuvieron probablemente nuestros padres ni menos las generaciones anteriores. Sin embargo es creciente el número de la población joven que toma la decisión de terminar sus vidas o de refugiarse en lo que ya describí algunas lineas mas arriba; formas disociativas de sobrevivir a la experiencia de vivir.
Los sistemas sociales económicos a los que hemos llegado, y que imperan en la mayor parte de un mundo tan globalizado, en donde la producción y el consumo es el foco de vida, podemos mirarlo con una visión crítica, no para destruirlos ni cuestionarlos en nombre de un comunismo reactivo, sino para tener la capacidad de distinguir lo que nos sirve de aquello que nos daña.
Cada familia se ha centrado en ello, producir, y para ello han salido al mercado a producir, yanto papá y mamá y todo quien esté disponible con el fin del supuesto bienestar que se nos ha manifestado, que está lleno de falsos deseos de bienestar, o incluso de un cierto ideal de bienestar consumista exagerado y despilfarrador de los recursos limitados de la naturaleza; léase en este sentido un auto a renovar cada dos años, una TV cada vez más grande, wifi, ropa de marca, viajes por el mundo, alimentación cara y grasienta, modelos nuevos de móviles que incorporan funciones inútiles o banales que no justifican el costo que nos demandan, etc. Todo esto a costa de deshumanizar vínculos de infancia y familiares, los que se van reduciendo una y otra vez al mismo callejón sin salida; producción y consumo. Las preguntas habituales que suelo escuchar en mis charlas con apoderados de colegios, remiten habitualmente a preguntas productivas con sus hijos; ¿Como te fue? ¿Que nota te pusieron? ¿Con esas notas pretendes hacer algo en tu vida? Y ¿qué hicieron hoy?. La excepción son preguntas que hacen aparecer a la persona; ¿cómo estás? ¿Como te sientes? ¿Necesitas algo? ¿Que quieres conversar?. Lo veo en las parejas que solicitan ayuda para superar sus dificultades inexplicables cuando aun existe amor; “él no me produce orgasmos”, “ella no me excita“ y a veces el infaltable y casi fatal “te miro y no me produces nada”….
Entonces, el vacío al que muchos conducen sus vidas es una experiencia cotidiana porque por miles de años previamente no vivimos así. Lo colectivo era central, era el núcleo del existir. Juntarse junto al fuego a contar historias y mitos, recolectar comida, cooperar en la crianza, permitió a pequeñas comunidades salir a delante a pesar de lo desafiante que era una naturaleza siempre inhóspita e impredecible. El mundo moderno y posmoderno cambió el centro de la casa, la cocina con su fuego encendido, reemplazándolo por el televisor. Hoy cada miembro de la familia se refugia en su móvil encerrado en su pieza en una acción centrífuga familiar. Padres y madres alcanzan a ver con suerte una o dos horas al día a sus hijos. Ya no hay domingos en casa de abuelos a escuchar historias familiares, a vivir la familia, a conocer raíces, a saborear la mitología familiar y tener la experiencia fundamental de pertenencia. Hoy es el vacío de las redes, de supuestos amigos que hay en el éter, de la imagen social que nunca da, porque no da por mucho que nos esforcemos, y que se alimenta como una bestia monstruosa de likes imprescindibles. Porque no hay suficiente narcisismo de infancia, esa mirada tan bien urdida por Freud en su “his majestic de baby”, porque no hay núcleo femenino en nuestra crianza. Hemos sustituido el seno familiar por la sala cuna, el jardín infantil, por el after school, por los no-padres. En nombre del progreso le entregamos la crianza a otros. Nada reemplaza la seguridad y el ambiente familiar cuando se logra tener. Ya lo dijo Winnicott; la delincuencia nace en la pérdida de la madre. También lo anticipó Bowlby en su estudio de 1944 “44 juvenil thieves”, donde comprobó que la inmensa mayoría de los jóvenes delincuentes había tenido la experiencia de separación temprana del lado de su madre antes de los 5 años. Yo diría, la pérdida de lo femenino, de la contención, del cuidado, del cariño del hogar relacional. Otros psicoanalistas lo llamarán después protofeminidad y el mismo Bowlby lo representará como la figura internalizada de apego.
El suicidio, recurrir a drogas, al consumo exagerado del alcohol, la violencia, incluso el sexo riesgoso y promiscuo, la falta de sentido y su consecuente vacío, son caminos ante la pérdida de base, de sostén, de núcleo central. Entonces todo se desmorona y se derrumba. Nos estamos suicidando todos lentamente como sociedad. Y lo peor es que la luz se encendió en el tablero hace rato y nuestra solución fue taparla con un parche para no verla. Si no encuentras sentido te regalamos shopping, mall, centro de compra y de comida e incluso casinos para la diversión. Compra, compra y paga a muchos meses…Ya nos lo decía Byung Chul-Han, el filósofo sur coreano; “en una sociedad que parece tan erótica, lo único que no hay es Eros”. Le recuerdo al lector que Eros fue el dios del vínculo, no es ni fue el dios del amor. Con sus flechas vinculaba personas y su madre Afrodita representó al amor que brotaba posiblemente a partir de ese vínculo, no estaba previo, se desarrollaba en el vínculo. Entonces, la experiencia de vinculación se nos escapa como el agua entre los dedos y vivimos la ilusión de estar tan vinculados, como nunca antes. La luz roja se encendió en el tablero y le pusimos y nos pusieron un parche encima para no advertirla. El parche es más de lo mismo, como en la anorexia, todos le dicen que coma, pero ella dice no quiero comer, quiero eso otro que no es comida…es amor, es cuidado, es vínculo, no es comida mamá.