Me rompí sin hacer ruido, como se rompen las hojas secas bajo los pies del otoño. Me rompí por dentro, con la misma discreción con la que el tiempo desgasta las estatuas y el viento deshace las montañas. Me rompí mientras mi boca dibujaba sonrisas que no llegaban a los ojos, mientras mi voz repartía palabras de aliento que no encontraba para mí.
Me rompí vistiendo mis mejores ropas, porque el disfraz de la fortaleza es el más difícil de descifrar. Me rompí en medio de conversaciones alegres, entre brindis y canciones, entre consejos que yo misma necesitaba escuchar. Y nadie lo supo, porque el dolor bien guardado no hace eco, porque las lágrimas silenciosas no dejan huella en el suelo, porque la soledad se vuelve refugio cuando el alma busca esconderse del mundo.
Pero hasta lo roto tiene su modo de recomponerse. Poco a poco, los pedazos que quedaron dispersos empiezan a encajar de nuevo. No soy la misma, quizás nunca lo sea, pero en cada grieta queda la certeza de que siempre pude… y siempre podré.