La vida es una casa de paso, un hotel donde llegamos sin reserva y del que partimos sin aviso.
No hay un letrero en la puerta que nos diga por qué estamos aquí ni un manual que explique qué hacer con el tiempo que nos queda.
Buscamos sentido en los relojes, en los días que se suceden sin tregua, en las preguntas que nunca obtienen respuesta.
Pero al final, todo parece reducirse a algo más sencillo: no vivimos solo para nosotros.
Somos un reflejo en la mirada de otros, un hilo en la trama de quienes nos rodean.
A veces, basta con ver a alguien sonreír para recordar por qué seguimos aquí.
Tal vez no haya respuestas definitivas, pero sí momentos en los que el mundo pesa menos, cuando sabemos que hemos sido luz, aunque sea por un instante, en la vida de alguien más