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No eres tus pensamientos, tampoco eres tus emociones. No eres esa voz que enjuicia, anticipa, o se lamenta.
Eres El que Observa.
Imagina una sala de teatro, en escena, el ego interpreta su drama: se enamora, se hiere, se victimiza, conquista, cae, resucita.
La mente grita: “¡Esto es real!”. Pero en las sombras, tú, El Observador, estás sentado, no aplaudes ni interrumpes, solo miras.
Y en mirar, liberas.
El Observador no es pasivo.
Es presencia pura, es la conciencia que, al mirar sin juicio, transmuta el miedo en comprensión, la herida en puerta, el pasado en símbolo. Observas, y entonces, ves.
Ver no es mirar con los ojos, es dejar que lo observado te atraviese sin resistencia.
El dolor, al ser visto por el Observador, se vuelve maestro. El deseo, al ser mirado sin hambre, revela su raíz sagrada. La sombra, al ser sostenida por esta mirada amorosa, deja de atacar y empieza a hablar.
Ser Observador no es escapar del cuerpo ni negar la emoción. Al contrario.
Es encarnar la totalidad sin fundirte con ella.
No necesitas rechazar lo que sientes; solo recordar que tú no eres el que siente, sino el que contempla el sentir.
Y es ahí, justo ahí, donde empieza la alquimia.
Cuando puedes mirar tu miedo y decirle:
“Te veo. No te juzgo. Te abrazo sin pertenecer a ti.”
Ahí, se disuelve la jaula.
Observador es aquel que, al ver, despierta.
Y al despertar, ya no reacciona: responde.
Ya no lucha: transforma.
Ya no busca fuera: reconoce dentro.
Era de Acuario nos llama a esta visión.
A dejar de ser personajes de una historia prestada, para convertirnos en testigos lúcidos de nuestro propio símbolo.
Así, cada día se vuelve un tarot viviente: el Loco que salta sin miedo, la Sacerdotisa que guarda el silencio, el Colgado que se rinde para ver desde otra perspectiva.
Y tú… el Observador que los contiene a todos.
Observar no es indiferencia.
Es compasión sin apego.
Es amar sin controlar.
Sentir sin perderse.
Ser sin poseer.
En esta Era, quien aprende a observar, comienza a sanar.