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Hustvedt y Auster –ambos recibieron un premio Príncipe de Asturias en Literatura- se mostraron muy preocupados por las consecuencias que la pandemia dejará en la trama social, sobre todo si se tiene en cuenta el prolongado legado de individualismo feroz en la cultura estadounidense.
Todo lo cual me lleva a reflexionar sobre nuestra realidad. Es absolutamente cierto que la violencia también creció entre nosotros porque socialmente fuimos atacados y confundidos desde varios lugares. ¿O no es un hecho violento organizar marchas antivacunas que culminaron con quema de barbijos? ¿O alguien encuentra alguna explicación a los hechos de violencia en las rutas o en las calles donde algunos conductores decidieron pasarle por encima a motociclistas o atropellar a una mujer que cruzaba una avenida por la senda peatonal? ¿Alguno ha sido capaz en los últimos tiempos de eludir con certeza a motos, bicicletas, automóviles que no respetan a los peatones cuando cruzan cuando tiene paso?
O cómo nos sentimos cuando el gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se ensaña con un grupo de mujeres y sus niños en la Villa 31 porque han ocupado un predio sin dueño, sin que nadie se involucrara en resolverles el problema de la vivienda y en cambio presenciamos desde el televisor la quema de todas sus pertenencias incluyendo pañales, ropa y juguetes. Y por si fuera poco la pandemia obligó a compartir los espacios chicos o grandes, originando más violencia hacia los niños y el sistemático aumento de femicidios.
Pero aún hay más ejemplos de violencia estatal. Porque venimos de otra pandemia que durante cuatro años ejerció el más absoluto maltrato cotidiano: violentaron nuestros derechos al modificar la fórmula para calcular los haberes jubilatorios; infiltraron violencia en las manifestaciones más calmas; se negaron a discutir en las Cámaras legislativas desde los temas más profundos hasta los más triviales.
Designaron dos jueces para la Corte Suprema por decreto. No discutieron en el Congreso de la Nación el impagable préstamo del FMI. Le prestaron desde el Banco Nación un crédito multimillonario a Vicentin sabiendo que la empresa estaba en quiebra y llevando a la pobreza a los miles de pequeños productores a los que nunca les pagaron.
Desataron una violencia inusual generando más pobres con el cierre de fuentes de trabajo mientras construían cada vez edificios más lujosos. Desactivaron el plan Conectar Igualdad que hubiera sido imprescindible durante la pandemia. Intentaron quemar los moisés del plan Qunita y antes de entregarlos prefirieron pagar fortunas por depósitos. Dejaron que vencieran en Aduana 12.800.000 dosis de vacunas del calendario infantil. Generaron una justicia absolutamente despreciable que en general y particular nos avergüenza. Inventaron las prisiones preventivas y las causas armadas.
La ira contra los mapuches los llevó al asesinato de Santiago Maldonado. ¿Y no es un absoluto acto de violencia espiar a los familiares de las víctimas del ARA San Juan? Cuando los poderosos no respetan la ley, de inmediato le trasmiten a la sociedad que las reglas no están para cumplirlas.
Nadie actúa por lo que se dice sino que se imita lo que se hace. Todos los especialistas en el tema saben que los hechos de violencia son emulados, por lo cual cada una de las acciones mencionadas -cuyos detalles fueron explicitados en los medios- es muy probable que se repitan. Fíjense lo que ocurrió con el llamado crimen de los rugbiers.
Y además de las acciones están la injusticia, la desigualdad, el desprecio a la educación y la salud públicas, a nuestros científicos, a los trabajadores de la salud a los que se les niega el reconocimiento que les corresponde. ¿Quién hubiera resuelto el tema de los barbijos o de los tests rápidos sino nuestra gente? ¿Qué hubiéramos hecho con la pandemia sin todos ellos?
La violencia no está en nosotros, está en quienes la ejercen contra nosotros. Y no solo aquí. La violencia también está en el desguace de la Amazonia, en el asalto al Capitolio, en la tragedia cotidiana que viven los palestinos, en la injusta prisión que padeció Lula, en la destitución de Evo que salvó la vida gracias a la veloz intervención del presidente de México Andrés Manuel López Obrador y de nuestro Alberto Fernández.
Sólo hay una salida para tanta violencia: educación, tolerancia y mucha pasión. Es una lucha ardua porque todos los días nos quieren empujar a la violencia, porque es también una forma de sojuzgarnos.
Pero no se lo vamos a permitir, porque contra todas esas prácticas nosotros podemos y debemos ofrecer solidaridad, amor y el cuidado por el otro.